La Reina Blanca

domingo, 27 de febrero de 2011
Y los humos de colores los daba ella. Y los dulces que regulaban el tiempo los regalaba ella. Y los fantasmas de animales los traía ella. Y la música que nunca se escuchó la tocaba ella. Y las paredes jugaban ante los ojos, sólo porque ella quería distorsionar las cosas por un largo rato... un precario momento.
Tiempo, qué era eso si ella tenía el control de la casa, del cielo, de las sillas, de las conversaciones; era el tiempo el que no existía, era el tiempo algo pausado y ágil, era el tiempo el que me hacía ver lo que ella quería que viera.
La conversación se hacía cada vez más indirecta o eso era lo que ella quería que imaginara; como si la Reina Blanca no supiera lo extraña que me sentía, lo incómoda y paranoica que estaba en esa situación, sí, ella sólo reía de mi rostro de mi verde, amarillo rostro.
¿Quién era? ah sí, Rocío que una y otra vez me preguntaba si los humos eran buenos, si las burbujas cantaban y si yo las disfrutaba... ¡Definitivamente no! entiendan que no me sentía bien.
-Con permiso, voy al baño- y seguían como si nada, como si sus caras hablaran de lo cotidiano de la vida.
Tras cerrar la puerta me senté en el inodoro por un momento. Esto no podía seguir, la Reina Blanca no me podía ganar (si usted la escuchara reír en el pasillo que conectaba la salida con el comedor). Me lavé la cara más de cincuenta veces y todavía seguía en sus manos, sólo quedó mirar mi reflejo por un momento. El espejo era grande y lucía la amplia habitación, era un espejo que reflejaban los dos brillantes cristales que relucían la pintura que imitaba mi rostro, la dama del cuadro se ruborizaba y sonreí dulcemente, y no paraba de lucir sus hermosos labios mientras el fondo de la sala no era nada. ¿Ya habían pasado varios minutos? en ese momento no tenía sentido preguntar por aquello.
Sólo quedaba seguirle la corriente a este tsunami que me atormentaba.
Era agua, era una laguna que tomaba mi cara, un charco que tenía ojos, labios, era un espejo de la nada. Mis dedos trataron de tocar mi rostro en la pintura, pero se esfumaba con el movimiento de las olas que generó el roce.
“Me está atrapando”; decidí unirme nuevamente al grupo de humanos que seguían su cháchara sin sentido.
“Dónde está Alex” pensaba una y otra vez, hasta que apareció y se sentó a mi lado.
La conversación era difusa, más bien, para mí lo era; notaba los rostros de todos, unos reían, otros como si nada y yo aterrada. Alex me tomaba la mano y me la besaba de vez en cuando mientras sus ojos brillosos me decían que no sucedía nada… ¿¡Nada!? De nuevo la paranoia. Era yo y esa gigante fotografía que anunciaba una reunión social entre botellas y música.
Qué más daba, si usted hubiera sido una marioneta de La Reina Blanca entendería que no quedaba otra que dejar que las cosas continuaran su curso, Alex lo sabía perfectamente ya que me lo decía y me lo volvía a repetir con su hermosa sonrisa (esa exquisita sonrisa que me embobaba). Y sólo era tomar té, sólo era ir a una fiesta con Alex, sólo era no conocer a nadie ahí ¿entienden por qué existe paranoia?
Un susurro eran las voces de los demás, y la risa de La Reina Blanca aumentaba mientras corría por toda la casa (tan infantil y tan manipuladora que era), quizás lo mejor era esperar que acabara todo esto mirando el rostro de Alex. Sí, era tan adorable, su piel suave como para dormir en él, su sonrisa reflejaba ternura y despreocupación, siempre soñaba que mis manos jugaban con esa cabellera café; ay, si me encanta Alex, sus palabras, sus manos, su simpatía (qué patética).
Se interrumpió mi exagerado discurso sobre el hombre que se sentaba a mi lado con un hermoso animal de blanco y amarillo color, un gato. Misterio animal de una belleza innata, independiente, sensual y que tiene un mes completo para ellos, ese animal subía y bajaba por mi pierna derecha, al principio no sabía que era, sólo sentía sus pequeñas patas caminar por mi piel, hasta que mis manos comenzaron a acariciar su cola que, al contacto con mis dedos, se erguía con un movimiento que reflejaba placer y erotismo. Qué tierno gato. Yo sentada y el animal con su juego de subir y bajar hasta que se posó en mis piernas pidiendo cariño y más cariño ronroneando con exigencia (éste es el momento donde conecto mis neuronas y comienzo a tenerle miedo al gato que no se quiere bajar de mis piernas). La eternidad y el gato, el animal no se aburría de estar ahí, si era ver una sonrisa ancha que mostraba sus filudos colmillos.
Rocío ahuyentando al gato (y a mí) se acercó, comenzó a hablarme de nada no sé si para burlarse de mi estado o para escalofriar mi ser; no sé que era peor si el gato que no quería dejar de jugar en mi cuerpo, donde ahora quería escalar por mi hombro, o el pálido y tétrico rostro que lucía Rocío. Dónde estaba Alex necesitaba sentir su abrazo cálido para saber que estaba viva y que no era el mundo de La Reina Blanca, mis venas no quería con sumir la heroína de esa pequeña, pero malvada reina (si sólo era una simple niña con título mayor).
-¿Quieres bebida?- con un gesto que afirmaba despedí a Rocío con las ganas de salir corriendo o de dormir (creo que dormir era una buena solución).
Alex, mi querido y bello Alex tomó de mi mano y me dijo “vamos”. Nos dirigimos a las afueras de la casa, mientras caminábamos choqué con La Reina Blanca, ella con sus mirada de niña inocente me sonrió sus labios me susurraron “no vayas”, pero Alex fue más rápido que ella y haciendo como si no la hubiera visto me arrastró a la salida.
El barro del patio no existía, aún seguían los efectos, yo no caminaba flotaba porque nada existía, eso quería ella que nada existiera, que nada fuera controlable, que yo desapareciera.
Estaba, no estaba; ese era el juego. Qué era la realidad, todo lo que estaba ante mis sentidos, es decir, una esencia de colores, eran olores, eran un violín sin sonido, sensaciones que rápidamente se esfumaban.
La tibia mano de Alex me alarmó y me hizo que notara el patio de la casa, que no era un simple patio, si no, un hermoso y pequeño bosque que lo adornaba una calentita fogata, fogata que me recordaba dolor y a la vez protección; dónde estaba la voz de La Reina Blanca, era una abrazo y un beso que me acompañaba, eran amigos, eran conversaciones musicales, era hablar de cosas, era ver rostros rosados por el calor, era reír por algo, era oler los árboles, era crear travesuras, era tener a Alex, era ver las estrellas que acompañaban la noche, era una pintura realista, era tacto, era existir.
(No volveré a pisar esa casa).

Caminos

jueves, 17 de febrero de 2011
Lo original ya no existe, lo extravagante tampoco... están todos en el mismo saco, están todo locos, el desquicio es cotidiano, la diferencia se convirtió en ser igual que los demás, en querer entender los símbolos que antes no entendieron... enriquecedor era no entender los dibujo, no entender el idioma, no entender el por qué estamos de cabeza, puro, espontáneo ... me iré a otro lugar a buscar lo "normal" o mejor dicho, a buscar mi mismidad.