Era el medio día y el sol se burlaba de las personas escondiéndose entre las nubes; la muchacha llevaba cerca de diez minutos esperando el bus, que ni siquiera señales mandaba, mientras que los automóviles lucían sus diversos colores por las calles.
El semáforo dio rojo y un taxi frena frente a la muchacha a esperar el cambio de color.
Los ojos de ella se posaron en le dibujo perfecto; éste era el joven que conducía. Su cansancio se notaba, sus ojeras hacían que su tez blanca y sus claros ojos se resaltaran.
La muchacha reconoció la obra de arte que se encontraba frente y tuvo la extraña necesidad de parar el tiempo, observar y sentarse con una carpeta y un carbón a copiar las delicadas e iluminadas facciones de aquel hombre; ese hombre común, que sólo esperaba la luz verde para seguir su desconocido destino, al mismo tiempo que sus manos de porcelana, jugaba con su molesto cabello y acariciaba el suspiro que venía con la lenta hora.
Sólo la memoria de ella era la herramienta más accesible en ese momento; trató de grabar el rostro, el color, los detalles y sobre todo el cansancio de ese extraño personaje.
Su seriedad la hechizaba, su conformismo la cautivaba; ella creía poder leer sus pensamientos, escuchar sus mudas palabras, sentir que lo acobijaba para darle la paz que su máscara gritaba. Qué era lo que realmente sucedía en los sueños de aquel joven, ni ella ni las demás personas que pasaban lo sabían, quizás en el bosquejo de su rostro la muchacha lo descubriría.
Hace 6 años
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